LECTURAS DE LA MISA

adviento

Preparación: Antes de la salida del celebrante

Celebramos hoy el domingo tercero de Adviento, denominado “Gaudete”, por la primera palabra de la antífona de entrada de este día: “alégrense”, y que es precisamente la invitación anticipada a la alegría y que traduce perfectamente el espíritu tan especial que anima a todo este domingo: “el Señor está a punto de venir en el misterio de la santa Navidad y esto nos llena de gozo.” Ambientación: antes del acto penitencial El encuentro con el Señor es la causa de nuestra alegría; encuentro que nos libra de los temores y nos da paz y serenidad. Y Juan el Bautista hoy nos indica concretamente que, la conversión debe llevarnos a vivir el amor a Dios y al prójimo cumpliendo nuestros deberes, respetando la justicia y practicando la caridad.

Primera Lectura: Sofonías 3, 14-18a La Iglesia, la nueva Sión, escucha la invitación del Profeta; invitación a la alegría, porque el Señor está en medio de ella. Eres la alegría del Señor Lectura de la profecía de Sofonías ¡Grita de alegría, hija de Sión! ¡Aclama, Israel! ¡Alégrate y regocíjate de todo corazón, hija de Jerusalén! El Señor ha retirado las sentencias que pesaban sobre ti y ha expulsado a tus enemigos. El Rey de Israel, el Señor, está en medio de ti: ya no temerás ningún mal. Aquel día, se dirá a Jerusalén: ¡No temas, Sión, que no desfallezcan tus manos! ¡EI Señor, tu Dios, está en medio de ti, es un guerrero victorioso! ¡Él exulta de alegría a causa de ti, te renueva con su amor y lanza por ti gritos de alegría, como en los días de fiesta. Palabra de Dios

Salmo Responsorial Is 12, 2-6 R. ¡Aclamemos al Señor con alegría! Éste es el Dios de mi salvación: yo tengo confianza y no temo, porque el Señor es mi fuerza y mi protección; Él fue mi salvación. R. Ustedes sacarán agua con alegría de las fuentes de la salvación. Den gracias al Señor, invoquen su Nombre, anuncien entre los pueblos sus proezas, proclamen qué sublime es su Nombre. R. Canten al Señor porque ha hecho algo grandioso: ¡que sea conocido en toda la tierra! ¡Aclama y grita de alegría, habitante de Sión, porque es grande en medio de ti el Santo de Israel! R. Segunda Lectura: Filipenses 4, 4-7 Pablo nos exhorta a que esperemos la venida del Salvador, en una espera activa, plena de santidad y alegría. El Señor está cerca Lectura de la carta san Pablo a los cristianos de Filipos Hermanos: Alégrense siempre en el Señor. Vuelvo a insistir, alégrense. Que la bondad de ustedes sea conocida por todos los hombres. El Señor está cerca. No se angustien por nada y, en cualquier circunstancia, recurran a la oración y a la súplica, acompañadas de acción de gracias, para presentar sus peticiones a Dios. Entonces la paz de Dios, que supera todo lo que podemos pensar, tomará bajo su cuidado los corazones y los pensamientos de ustedes en Cristo Jesús. Palabra de Dios.

Evangelio: Lucas 3, 2b-3. 10-18 En el santo Evangelio, Juan el Bautista nos invita a reflexionar en la preparación a la venida del Señor, como compromiso personal y comunitario de conversión ¿Qué debemos hacer? Evangelio de N.S. Jesucristo según san Lucas Dios dirigió su palabra a Juan Bautista, el hijo de Zacarías, que estaba en el desierto. Éste comenzó a recorrer toda la región del río Jordán, anunciando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados. La gente le preguntaba: «¿Qué debemos hacer entonces?» El les respondía: «El que tenga dos túnicas, dé una al que no tiene; y el que tenga qué comer, haga otro tanto». Algunos publicanos vinieron también a hacerse bautizar y le preguntaron: «Maestro, ¿qué debemos hacer?» El les respondió: «No exijan más de lo estipulado». A su vez, unos soldados le preguntaron: «Y nosotros, ¿qué debemos hacer?» Juan les respondió: «No extorsionen a nadie, no hagan falsas denuncias y conténtense con su sueldo». Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban si Juan no sería el Mesías, él tomó la palabra y les dijo a todos: «Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; Él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego. Tiene en su mano la horquilla para limpiar su era y recoger el trigo en su granero. Pero consumirá la paja en el fuego inextinguible». Y por medio de muchas otras exhortaciones, anunciaba al pueblo la Buena Noticia.». Palabra del Señor

Oración de los fieles:

Celebrante: Jesús ha venido a traer al mundo la salvación prometida por los profetas y anunciada por Juan el Bautista. En Él hemos conocido el amor total del Padre y hemos creído. Por eso, ahora, con toda confianza, le presentamos nuestra plegaria. Guía: A cada una de las peticiones responderemos cantando:

“¡Marathá, ven, Señor Jesús!”

1. Padre santo, al pedirte por la Iglesia y el Santo Padre, para que siendo signo de tu amor en medio de los hombres, sea nuestra guía en la espera gozosa del Señor que viene a salvarnos, te pedimos…

2. Padre todopoderoso, para que guiados por nuestro Obispo y todos los que con él cuidan de este pueblo tuyo, en nuestra comunidad se realice una efectiva renovación, según el Espíritu de tu Hijo, te pedimos…

3. Señor de la historia, para que todos, en este adviento, busquemos una sincera conversión de nuestras vidas y así construyamos una patria donde verdaderamente reine la justicia, la fraternidad y la solidaridad, te pedimos…

TERCER DOMINGO DE ADVIENTO 13 DE DICIEMBRE DE 2015 4. Dios de todo consuelo, para que cada hermano necesitado, pobre, abandonado, con hambre, enfermo, injustamente marginado, pueda encontrar por nuestras actitudes concretas durante este tiempo, un motivo para seguir esperando, te pedimos… 5. Dios rico en misericordia, para que todos los cristianos trabajemos comprometidamente en la conversión y preparación de nuestras vidas, para poder recibir en nuestro corazón al Señor Jesús, que viene a salvarnos, te pedimos…

CELEBRANTE: Padre, fuente de todo don perfecto, escucha nuestras oraciones, y haz que siguiendo el ejemplo de la Virgen María, recibamos con fe sincera y profunda alegría al Emanuel que viene a salvar a todos los pueblos. Que vive y reina por los siglos de los siglos. Presentación de las ofrendas Este pan y este vino que ahora ofrecemos sobre la mesa del altar, deben ser un ofrecimiento de nuestras propias vidas, para que en ellas, y a partir de este día, nazca realmente el Salvador.

Aclamación después de la Consagración

Tú has venido, Tú volverás, te esperamos, Oh Jesús.

Estabas muerto y vivo estás, sé nuestra vida, Oh Jesús

Comunión: Un Niño nos ha nacido, un Hijo se nos ha dado: es el Príncipe de la Paz, que ahora se nos ofrece sacramentado para que también nosotros recibamos la luz que nos conduce hacia la Gloria de Dios. Despedida: Al terminar esta celebración llevemos a nuestros hogares el anuncio de alegría y de paz; pero que esta alegría no nos haga olvidar jamás que la paz se construye en la justicia, en el respeto a los derechos de nuestros hermanos, en la oración profunda y muy especialmente, en la solidaridad con los que sufren.

MAGISTERIO DEL PAPA FRANCISCO SANTA MISA Y APERTURA DE LA PUERTA SANTA Plaza de San Pedro – Martes 8 de diciembre de 2015 Inmaculada Concepción de la Virgen María En breve tendré la alegría de abrir la Puerta Santa de la Misericordia. Como hice en Bangui, cumplimos este gesto, a la vez sencillo y fuertemente simbólico, a la luz de la Palabra de Dios que hemos escuchado, y que pone en primer plano el primado de la gracia. En efecto, en estas lecturas se repite con frecuencia una expresión que evoca la que el ángel Gabriel dirigió a una joven muchacha, asombrada y turbada, indicando el misterio que la envolvería: «Alégrate, llena de gracia» (Lc 1,28). La Virgen María está llamada en primer lugar a regocijarse por todo lo que el Señor hizo en ella. La gracia de Dios la envolvió, haciéndola digna de convertirse en la madre de Cristo. Cuando Gabriel entra en su casa, también el misterio más profundo, que va más más allá de la capacidad de la razón, se convierte para ella en un motivo de alegría, motivo de fe, motivo de abandono a la palabra que se revela. La plenitud de la gracia transforma el corazón, y lo hace capaz de realizar ese acto tan grande que cambiará la historia de la humanidad. La fiesta de la Inmaculada Concepción expresa la grandeza del amor Dios. Él no sólo perdona el pecado, sino que en María llega a prevenir la culpa original que todo hombre lleva en sí cuando viene a este mundo. Es el amor de Dios el que previene, anticipa y salva. El comienzo de la historia del pecado en el Jardín del Edén desemboca en el proyecto de un amor que salva. Las palabras del Génesis nos remiten a la experiencia cotidiana de nuestra existencia personal. Siempre existe la tentación de la desobediencia, que se manifiesta en el deseo de organizar nuestra vida al margen de la voluntad de Dios. Esta es la enemistad que insidia continuamente la vida de los hombres para oponerlos al diseño de Dios. Y, sin embargo, también la historia del pecado se comprende sólo a la luz del amor que perdona. El pecado sólo se entiende con esta luz. Si todo quedase relegado al pecado, seríamos los más desesperados de entre las criaturas, mientras que la promesa de la victoria del amor de Cristo encierra todo en la misericordia del Padre. La palabra de Dios que hemos escuchado no deja lugar a dudas a este propósito. La Virgen Inmaculada es para nosotros testigo privilegiado de esta promesa y de su cumplimiento. Este Año Extraordinario es también un don de gracia. Entrar por la puerta significa descubrir la profundidad de la misericordia del Padre que acoge a todos y sale personalmente al encuentro de cada uno. Es Él el que nos busca. Es Él el que sale a nuestro encuentro. Será un año para crecer en la convicción de la misericordia. Cuánto se ofende a Dios y a su gracia cuando se afirma sobre todo que los pecados son castigados por su juicio, en vez de destacar que son perdonados por su misericordia (cf. san Agustín, De praedestinatione sanctorum 12, 24) Sí, así es precisamente. Debemos anteponer la misericordia al juicio y, en cualquier caso, el juicio de Dios tendrá lugar siempre a la luz de su misericordia. Que el atravesar la Puerta Santa, por lo tanto, haga que nos sintamos partícipes de este misterio de amor. Abandonemos toda forma de miedo y temor, porque no es propio de quien es amado; vivamos, más bien, la alegría del encuentro con la gracia que lo transforma todo. Hoy, aquí en Roma y en todas las diócesis del mundo, cruzando la Puerta Santa, queremos recordar también otra puerta que los Padres del Concilio Vaticano II, hace cincuenta años, abrieron hacia el mundo. Esta fecha no puede ser recordada sólo por la riqueza de los documentos producidos, que hasta el día de hoy permiten verificar el gran progreso realizado en la fe. En primer lugar, sin embargo, el Concilio fue un encuentro. Un verdadero encuentro entre la Iglesia y los hombres de nuestro tiempo. Un encuentro marcado por el poder del Espíritu que empujaba a la Iglesia a salir de las aguas poco profundas que durante muchos años la habían recluido en sí misma, para reemprender con entusiasmo el camino misionero. Era un volver a tomar el camino para ir al encuentro de cada hombre allí donde vive: en su ciudad, en su casa, en el trabajo…; dondequiera que haya una persona, allí está llamada la Iglesia a ir para llevar la alegría del Evangelio y llevar la misericordia y el perdón de Dios. Un impulso misionero, por lo tanto, que después de estas décadas seguimos retomando con la misma fuerza y el mismo entusiasmo. El jubileo nos estimula a esta apertura y nos obliga a no descuidar el espíritu surgido en el Vaticano II, el del Samaritano, como recordó el beato Pablo VI en la conclusión del Concilio. Que al cruzar hoy la Puerta Santa nos comprometamos a hacer nuestra la misericordia del Buen Samaritano. © Copyright – Libreria Editrice Vaticana

AUDIENCIA GENERAL Plaza de san Pedro – miércoles 9 de diciembre de 2015 ¿Por qué un Jubileo de la Misericordia? En su catequesis de la audiencia general del segundo miércoles de diciembre, la primera del Año Jubilar, el Papa Francisco se refirió al significado de este Año Santo Extraordinario. En efecto, durante este encuentro con varios miles de fieles y peregrinos de numerosos países celebrado en la Plaza de San Pedro precisamente al día siguiente de la solemne apertura de la Puerta Santa de la Basílica Vaticana, y tras la apertura que realizó el I Domingo de Adviento en la Catedral de Bangui, en la República Centroafricana, el Obispo de Roma ofreció su reflexión respondiendo a la pregunta: “¿Por qué un Jubileo de la Misericordia?”. El Santo Padre explicó que la Iglesia tiene necesidad de este momento extraordinario, puesto que en nuestra época, de profundos cambios, está llamada a ofrecer su contribución, haciendo visibles los signos de la presencia y de la cercanía de Dios. De modo que el Jubileo es un tiempo favorable para que contemplando la Divina Misericordia, que supera todo límite humano y resplandece sobre la oscuridad del pecado, podamos llegar a ser testigos más convencidos y eficaces. Dirigir la mirada a Dios, Padre misericordioso, y a los hermanos necesitados de misericordia – dijo también el Papa – significa dirigir la atención al contenido esencial del Evangelio, es decir, a Jesucristo, la Misericordia hecha carne, que hace visible el gran misterio del Amor trinitario de Dios. El Papa Bergoglio también afirmó que este Año Santo se nos ofrece para experimentar en nuestra vida el toque dulce y suave del perdón de Dios con su presencia y cercanía, de modo especial en los momentos de mayor necesidad. Por eso lo definió un momento privilegiado para que la Iglesia aprenda a elegir únicamente “lo que a Dios más le gusta”, es decir, “perdonar a sus hijos, tener misericordia de ellos, a fin de que ellos, a su vez, puedan perdonar a sus hermanos, resplandeciendo como antorchas de la misericordia de Dios en el mundo”. Además, el Pontífice destacó que la necesaria obra de renovación de las instituciones y de las estructuras de la Iglesia es un medio que debe conducirnos a experimentar la misericordia de Dios que es la que garantiza a la Iglesia que sea esa ciudad sobre un monte que no permanece escondida (Cfr. Mt 5, 14). Y recordó que de este modo reforzaremos nuestra certidumbre en que la misericordia contribuye realmente a la construcción de un mundo más humano, especialmente en estos tiempos en que el perdón es un huésped raro en los ámbitos de la vida humana, que incluye a las sociedades, las instituciones, el trabajo y las familias. El Papa Francisco concluyó con el deseo de que en este Año Santo cada uno de nosotros experimente la misericordia de Dios, para ser testigos de lo que a él más le agrada. Y si bien – dijo – sería ingenuo creer que esto pueda cambiar el mundo, con las palabras de la Primera Carta del Apóstol San Pablo a los Corintios, recordó que “la necedad de Dios es más sabia que los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que los hombres” (1 Co 1, 25). (María Fernanda Bernasconi – RV). Texto y audio completo de la catequesis Queridos hermanos y hermanas, buenos días. Ayer he abierto aquí, en la Basílica de San Pedro, la Puerta Santa del Jubileo de la Misericordia, después de haberla abierta ya en la Catedral de Bangui en República Centroafricana. Hoy quisiera reflexionar junto a ustedes sobre el significado de este Año Santo, respondiendo a la pregunta: ¿Por qué un Jubileo de la Misericordia? ¿Qué significa esto? La Iglesia necesita de este momento extraordinario. No digo: es bueno para la Iglesia este tiempo extraordinario, no, no. Digo la Iglesia: necesita de este momento extraordinario. En nuestra época de profundos cambios, la Iglesia está llamada a ofrecer su contribución peculiar, haciendo visibles los signos de la presencia y de la cercanía de Dios. Y el Jubileo es un tiempo favorable para todos nosotros, porque contemplando la Divina Misericordia, que supera cada límite humano y resplandece sobre la obscuridad del pecado, podamos transformarnos en testigos más convencidos y eficaces. Dirigir la mirada a Dios, Padre misericordioso, y a los hermanos necesitados de misericordia, significa poner la atención sobre el contenido esencial del Evangelio: Jesús la Misericordia hecha carne, que hace visible a nuestros ojos el gran misterio del Amor trinitario de Dios. Celebrar un Jubileo de la Misericordia equivale a poner de nuevo al centro de nuestra vida personal y de nuestras comunidades lo específico de la fe cristiana, es decir, Jesucristo, Dios misericordioso. Un Año Santo, por lo tanto, para vivir la misericordia. Si, queridos hermanos y hermanas, este Año Santo nos es ofrecido para experimentar en nuestra vida el toque dulce y suave del perdón de Dios, su presencia al lado de nosotros y su cercanía, sobre todo en los momentos de mayor necesidad. Este Jubileo, en resumen, es un momento privilegiado para que la Iglesia aprenda a elegir únicamente “aquello que a Dios le gusta más”. Y, ¿qué cosa es lo que “a Dios le gusta más”? Perdonar a sus hijos, tener misericordia de ellos, de modo que también ellos puedan a su vez perdonar a los hermanos, resplandeciendo como antorchas de la misericordia de Dios en el mundo. Esto es aquello que a Dios le gusta más. San Ambrosio en un libro de teología que había escrito sobre Adán toma la historia de la creación del mundo y dice que Dios, cada día después de haber creado la luna, el sol o los animales, el libro, la Biblia dice “y Dios dijo que esto era bueno” pero cuando ha creado al hombre y a la mujer la Biblia dice “Dios dijo que esto era muy bueno” y San Ambrosio se pregunta por qué dice “muy bueno” por qué -dice- está tan contento Dios después de la creación del hombre y de la mujer, porque finalmente tenía a alguno para perdonar. Es bello eh. La alegría de Dios es perdonar, el ser de Dios es misericordia, por esto este año debemos abrir el corazón, para que este amor, esta alegría de Dios nos llene, nos llene a todos nosotros de esta misericordia. El Jubileo será un “tiempo favorable” para la Iglesia si aprendemos a elegir “aquello que a Dios le gusta más”, sin ceder a la tentación de pensar que haya algo más importante o prioritario. Nada es más importante que elegir “aquello que a Dios le gusta más”, ¡su misericordia, su amor, su ternura, su abrazo, sus caricias! También la necesaria obra de renovación de las instituciones y de las estructuras de la Iglesia es un medio que debe conducirnos a hacer la experiencia viva y vivificante de la misericordia de Dios que, sola, puede garantizar a la Iglesia de ser aquella ciudad puesta sobre un monte que no puede permanecer escondida (cfr Mt 5,14). Solamente resplandece una Iglesia misericordiosa. Si debiéramos, aún solo por un momento, olvidar que la misericordia es “aquello que a Dios le gusta más”, cada esfuerzo nuestro sería en vano, porque nos convertiríamos en esclavos de nuestras instituciones y de nuestras estructuras, por más renovadas que puedan ser, pero siempre seríamos esclavos. «Sentir fuerte en nosotros la alegría de haber sido reencontrados por Jesús, que como Buen Pastor ha venido a buscarnos porque estábamos perdidos» (Homilía en las Primeras vísperas del domingo de la Divina Misericordia, 11 abril 2015): este es el objetivo que la Iglesia se pone en este Año Santo. Así reforzaremos en nosotros la certeza de que la misericordia puede contribuir realmente a la edificación de un mundo más humano. Especialmente en estos nuestros tiempos, en que el perdón es un huésped raro en los ámbitos de la vida humana, el reclamo a la misericordia se hace más urgente, y esto en cada lugar: en la sociedad, en las instituciones, en el trabajo y también en la familia. Cierto, alguno podría objetar: “Pero, Padre, la Iglesia, en este Año, ¿no debería hacer algo más? Es justo contemplar la misericordia de Dios, pero ¡hay muchas necesidades urgentes!”. Es verdad, hay mucho por hacer, y yo en primer lugar no me canso de recordarlo. Pero es necesario tener en cuenta que, a la raíz del olvido de la misericordia, está siempre el amor proprio. En el mundo, esto toma la forma de la búsqueda exclusiva de los propios intereses, de placeres, de honores unidos al querer acumular riquezas, mientras que en la vida de los cristianos se disfraza a menudo de hipocresía y de mundanidad. Todas estas cosas son contrarias a la misericordia. Los lemas del amor propio, que hacen extranjera la misericordia en el mundo, son totalmente tantos y numerosos que frecuentemente no estamos ni siquiera en grado de reconocerlos como límites y como pecado. He aquí por qué es necesario reconocer el ser pecadores, para reforzar en nosotros la certeza de la misericordia divina. “Señor, yo soy un pecador, Señor soy una pecadora, ven con tu misericordia” y esta es una oración bellísima, es fácil eh, es una oración fácil para decirla todos los días, todos los días: “Señor yo soy un pecador, Señor yo soy una pecadora, ven con tu misericordia”. Queridos hermanos y hermanas, deseo que en este Año Santo, cada uno de nosotros tenga experiencia de la misericordia de Dios, para ser testigos de “aquello que a Dios le gusta más”. ¿Es de ingenuos creer que esto pueda cambiar el mundo? Si, humanamente hablando es de locos, pero «porque la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza de los hombres» (1 Cor 1,25). Gracias. (Traducción por Mercedes De La Torre – Radio Vaticano). Reflexión Juan nos llama a una sincera conversión 1.- Alégrate y gózate de todo corazón. Es el domingo de la alegría. El Señor, proclama el profeta Sofonías, librará a Jerusalén del acoso de todos sus enemigos No habrá nada que temer, pues el perdón de Dios extirpará de raíz todos los males y cancelará todas las condenas que pesaban sobre su pueblo. El amor del Señor hará maravillas en su pueblo, tanto que El mismo saltará de júbilo y se complacerá en su propia obra. Sofonías describe el amor y la alegría que tocan incluso al corazón de Dios: Él también se alegra de su propio triunfo en el hombre. La justicia de Dios se identifica con su misericordia y el resultado es la alegría. La comunidad de creyentes de hoy tiene también en su seno a gentes que, con su vida, muestran la verdad de Jesús. Profetas para nuestro tiempo que nos hacen cantar, como en el Salmo que recitamos hoy, que el Señor es nuestro Dios y salvador y no hay otro. El evangelio es “Buena noticia”; por tanto, motivo de alegría para los creyentes. La alegría cristiana proviene de la comunión con Dios y los hermanos, se manifiesta incluso en medio de las adversidades y nadie la puede quitar al que la tiene. Pablo en la segunda lectura exhorta repetidamente a la alegría porque el Señor está cerca. 2.- Una conversión que se traduzca en frutos de justicia. Juan Bautista predica la conversión primero al pueblo en general y, después, a diferentes grupos o estamentos sociales. No exige a nadie que haga penitencia vistiéndose de saco y cubriéndose la cabeza con ceniza. Juan no pide una conversión hacia el pasado, no pide lamentos y lágrimas sobre el pasado, lo que pide es un cambio hacia el futuro. La penitencia que predica ha de acreditarse por sus frutos y no por sus lamentos. En el rito bautismal, la Iglesia supone siempre esta pregunta en los catecúmenos: “¿Qué debemos hacer?”, y responde diciendo: “Guardar los mandamientos”, sobre todo el mandamiento del amor a Dios y al prójimo. El Bautista predicó la penitencia en un mundo en el que el hombre vivía habitualmente en situaciones extremas y andaba preocupado por el vestir y el comer. En aquella situación, el Bautista exigía nada menos que la reducción del consumo al mínimo vital: una sola túnica y el pan de cada día, en beneficio de los excluidos y los hambrientos. Mientras haya hombres en el mundo que no tengan trabajo y lo necesario para vivir, nuestra sociedad estará condenada ante los ojos de Dios. ¿Cómo es posible que muchos estén tirados en la calle sin un techo para vivir, mientras otros tienen sus viviendas vacías? El amor al prójimo supone que se ha cumplido antes con la justicia. Estaremos convertidos de verdad si somos capaces de compartir con el que no tiene lo mínimo para vivir dignamente. 3.- ¿Qué tenemos que hacer? A los publicanos, es decir, a los cobradores de impuestos, Juan les dice que cobren según tarifa justa y que no recurran a artimañas para enriquecerse a costa de los pobres. Evidentemente, en nuestra sociedad los que más cotizan son los pobres. Ellos son los que sufren las consecuencias de la crisis, mientras hay políticos y empresarios corruptos que niegan el salario a los pobres. Por tanto, no se puede hablar de una verdadera conversión cristiana si los cristianos no estamos empeñados en una justicia auténtica. A los soldados, a la fuerza pública, el Bautista exige que se contenten con la soldada, que no denuncien falsamente y no utilicen la fuerza en provecho propio. El negocio de los armamentos está pidiendo a gritos una conversión pública. ¿Qué te diría a ti ahora el Bautista en tu situación concreta? Jesús utiliza un lenguaje diferente a Juan el Bautista. No ha venido a condenar a los hombres, sino a salvarlos. Pero también nos pide conversión y cambio de vida para construir entre todos una sociedad más justa. José María Martín OSA, www.betania.es ¡Qué mi conversión es posible! 1.- Juan y Julia vivían en la madrileñísima calle de Alcalá y desde sus balcones y sobre la cabeza de Esparteros se veía el Retiro (**). Ella, cáncer desde hacia más de dos años… Padre muchas cosas buenas he recibido del Señor, una buena familia que me educó, un marido al que me he entregado de lleno y ahí le tiene junto a mi sin dejarme un momento, una posición muy desahogada. Pero el don mayor es esta enfermedad que Él me ha enviado y que me ha encontrar la verdadera paz interior. Y lo malo para mi mismo es que ella continuó: “dígame algo que me ayude a acercarme a Dios. Esta mujer desde su lecho era el centro de sus amigas, que la visitaban con frecuencia por la alegría que se desprendía de ella. Alegrías inexplicables. “Alegraos siempre en el Señor”, nos dice San Pablo desde la cárcel. 2.- Cuando se quiere pintar el catolicismo de nuestro pueblo – todavía– se pinta una larga fila de mujeres vestidas de negro, caminando tras un féretro, camino del cementerio en medio de los filas de cipreses. Y es posible que no sea así en las grandes ciudades por razones prácticas. Pero así sigue siendo en los pueblos y en muchas ciudades no tan grandes. ¿Y no tiene esa escena algo de verdad? ¿Cuántos que se dicen católicos cuentas sus misas asistidas por los funerales a que por obligación social han tenido que asistir? ¿No resultamos verdaderos aguafiestas, en medio de la alegría juvenil, cuando nuestro severo no hace más que reprender a todo aquello que no se hacía en nuestros tiempos? ¿Somos así los testigos de la Buena Nueva, de una Noticia Buenísima…? ¡del gran notición! Y el notición es que Dios se ha hecho uno de nosotros. ¡Tan cerca está! Y con eso mi vida vulgar, monótona, sin luz, sin alegría, puede cambiar ¡Qué mi conversión es posible! 3.- Qué sabias son las preguntas del pueblo sencillo que no viene a preguntar a Juan en quien creen. “Qué nos enseñas… ¿Qué debemos creer? ¡No…! “¿Qué tenemos que hacer? El mismo Dios está cansado de palabras de sonidos vacíos y envía una Palabra, la única que Él tiene, y que es persona. El Reino de Dios se hace con personas y con hechos. Por eso la contestación de Juan es también sencilla: “Si tienes dos túnicas, da una”. “Haz justicia, deja de oprimir a los demás”. Dejémonos de teologías, de convertirlo todo en asambleas y reuniones, vamos a comenzar cada uno a “hacer algo” por los que tenemos cerca de nosotros. (**) Se refiere el Padre Maruri a la estatua ecuestre del General Esparteros que hay en el cruce de las calles de Alcalá y Príncipe de Vergara en Madrid. El Retiro es el gran parque urbano situado en el centro de la capital de España. José María Maruri, SJ, www.betnia.es ¡Qué se note! 1.- Estamos en el ecuador del Adviento. Y, todas las lecturas, son vitaminas que nos levantan en el aire más optimista e ilusionante: ¡Grita de júbilo! ¡Alégrate y gózate de corazón! ¡Estad siempre alegres! Y, Juan, les anunciaba la Buena Noticia. Este domingo es un paréntesis en medio de, la cierta austeridad, que ha marcado este tiempo de adviento. ¡Tenemos tantos motivos para la satisfacción! El Señor viene. Y, si algo proporciona la próxima Navidad, no son precisamente regalos vacíos de cariño, sino pesebres desbordándose de amor de Dios. Y, por eso, amigos, toda la liturgia de este día es una llamada a sonreír, a cantar las alabanzas del Señor, a poner –en el horizonte de los próximos días– la estrella que nos lleva directamente al encuentro personal y comunitario con Dios. 2.- Un cristiano caminaba contento por una calle de una gran ciudad. Se encontró con unos jóvenes de un instituto que iban realizando una encuesta sobre “cómo se sienten los hombres hoy”. Al acercarse a esta persona, alegre y sonriente por fuera, le preguntaron: ¿Es usted feliz? Y, el cristiano les contestó: ¡Totalmente! ¡Acabo de escuchar un mensaje y de estar con Alguien que me hace sentirme bien! Los jóvenes, extrañados de tanta dicha, volvieron a preguntarle: ¿Y dónde podemos localizar a ese sujeto para que nos diga cual es y dónde está el secreto de la felicidad que Vd. tiene? ¡Ay amigos! No está muy lejos de vosotros. Si buscáis un poco, en el fondo de vuestro corazón, encontraréis la razón de mi felicidad: Dios. 3.- Un cristiano alegre alecciona más que mil palabras. –¿Qué podemos ofrecer en el trabajo? El testimonio de nuestra pertenencia a la Iglesia –¿Qué pueden ofrecer los padres a sus hijos? El ejemplo de una vida cristiana que es cuidada con la oración, con la bendición de la mesa, con la participación en la eucaristía –¿Qué ofrecer los sacerdotes a los que nos observan y servimos? Una vida sacerdotal entregada, entusiasta, convencida y sin componendas –¿Qué podemos ofrecer, los que todos los domingos escuchamos la Palabra del Señor? Un compromiso más activo a favor de las causas de los más pobres; una generosidad que nunca se canse ni exija condiciones; una coherencia, por lo menos en ciertos mínimos, que denoten que vivimos y seguimos a ese Alguien que es Jesús de Nazaret. 4.- La alegría cristiana (en estos tiempos donde el “laicismo” parece ser “un meteorito destructor” de ideales cristianos, que de repente algunos quieren imponer en el firmamento y en el universo de la sociedad moderna) no la podemos dejar guardada bajo llave en el cofre de los cuatro muros de una iglesia, en la familia, en las aulas de un colegio católico o en el seno de una comunidad que cree y vive en el Señor. Entre otras cosas porque, la alegría, es un bien escaso en nuestra sociedad. ¡Cuánta sonrisa forzada! ¡Cuánta alegría postiza y comprada! -La alegría de la Navidad no la ofrece el destello de unos adornos que, entre otras cosas, ya ni recuerdan el contenido de lo que celebramos. -La alegría de la Navidad, no la produce el licor. Eso, más bien, adormece y atonta los sentidos. -La alegría de la Navidad, la más auténtica y duradera, surge cuando el hombre sabe que hay un Dios que viene; que está cerca; que nos quiere y que sale a nuestro encuentro para salvarnos. ¿Salvarnos? ¡Sí! Observemos el atolladero en el que, en más de una ocasión, nos debatimos y nos hemos metido y…comprobaremos que necesitamos de una presencia superior, que con rostro de Niño nos anime, nos aliente y nos haga despuntar en una alegría natural y sincera. Y, ya sabéis, si algún regalo podemos ofrecer –caro y difícil de ver en el día a día– es la alegría que llevamos dentro. Y, en este Año de la Fe, la prueba de que somos hijos de Dios y de que estamos contentos en serlo es puede denotarse, perfectamente, en la alegría que sentimos dentro y que la manifestamos públicamente por fuera. Javier Leoz, www.betnia.es Alégrense siempre en el Señor. Vuelvo a insistir, alégrense. ADVIENTO, TIEMPO DE LA ESPERA DE CRISTO Fuente: http://mercaba.org/LITURGIA/Adv/tiempo espera.htm 1. Volver a empezar, volver a esperar El año litúrgico que empieza con el tiempo de Adviento, marca el ritmo vital de la Iglesia en camino hacia su realización escatológica en el encuentro definitivo con el Señor. Cada año, al recorrer el ciclo anual de los misterios de Cristo, entramos en comunión con el Señor en la triple dimensión del misterio ya anunciado y cumplido (el pasado), de su presencia permanente que nos permite participar de este misterio en la liturgia de la Iglesia (el presente), de la espera de la bienaventurada realización del misterio anunciado y ya presente en su última y definitiva manifestación (el futuro). Y sin embargo no deberíamos tener nunca la sensación que el año litúrgico que vuelve puntual en cada ciclo temporal, sea una repetición; como si nuestra vida y nuestra experiencia de los misterios fuera una especie de círculo cerrado que vuelve continuamente sobre sí mismo, como una eterna y monótona repetición de celebraciones. Cristo que es el Señor de la historia ha salvado nuestra experiencia humana del fatalismo del eterno retorno. El tiempo está abierto hacia el futuro, como en espiral, o como quien va hacia la cima de una montaña, subiendo poco a poco, bordeando la montaña. El tiempo es ya tiempo oportuno de Dios. Y es tiempo nuevo. Nuevo con la novedad de Dios. Nuevo con la novedad de nuestra propia experiencia humana y eclesial que permite que el misterio celebrado cobre tonos nuevos, tenga resonancias inéditas, nos ofrezca la posibilidad de vivir en salvación el momento presente de nuestra historia, en contacto con el eterno misterio de Cristo. Estamos ya en Adviento y se acerca Navidad. Y con estos dos momentos iniciales del año litúrgico se nos ofrece la posibilidad de vivir algunos momentos o aspectos del misterio de Cristo y de la Iglesia. El misterio de Cristo que celebramos en este tiempo es precisamente el del Mesías anunciado, esperado, que finalmente ha llegado para realizar las promesas y las esperanzas. Y es también el misterio de aquel que tiene que venir al final de los tiempos. Por eso la Iglesia celebra el Adviento con una atención vigilante, atenta al misterio de la historia y a los signos de los tiempos, solícita por preparar los caminos del Señor y colaborar á la llegada definitiva de su Reino. Tiempo que espera con el sabor de esperanzas cumplidas; cuando llega Navidad, y se celebra la fidelidad de Dios a sus promesas con la venida de su Hijo, manifestación del amor de Dios para todos los hombres. El Verbo Encarnado, el Enmanuel, cuyos pasos se escuchan a través de las páginas del Antiguo Testamento, como afirman los Padres de la Iglesia, es ya una afirmación anticipada y una promesa cumplida que asegura a la Iglesia que también las esperanzas escatológicas tendrán su cumplimiento cabal. Es también Adviento tiempo de la Iglesia. Iglesia que somos nosotros. Un misterio que nos concierne y una responsabilidad que nos atañe. Iglesia de Adviento que es Iglesia en vela, comunidad de la esperanza, pueblo peregrino y misionero, depositario de las promesas e intérprete de los anhelos de toda la humanidad. Iglesia misionera del anuncio del “Esperado de todas las naciones”, en un tiempo en el que para muchos pueblos todavía es Adviento. Adviento y Navidad son como las dos caras de una misma medalla en esta experiencia litúrgica de la Iglesia. Por una parte la espera y la esperanza; por otra la presencia y el cumplimiento de las promesas. Navidad asegura a este nuevo Adviento de la historia, en espera de risto glorioso, la fidelidad de Dios. No son vanas nuestras esperanzas, como no fueron vanas las del pueblo de Israel que esperaba al Mesías. Por eso Adviento es celebración de la espera mesiánica de nuestros Padres en la fe y actualización de nuestras esperanzas de cara a Cristo, cuando venga a salvar definitivamente nuestro mundo y nuestra historia. Y Navidad, en la que desemboca el Adviento, es celebración del Dios con nosotros, gozo por la compañía de Dios que desde hace dos mil años está presente en la vida de la Iglesia, a partir de su Encarnación y en una misteriosa y real presencia en los misterios de la liturgia. 2. El sabor primitivo del Adviento cristiano: “Marana-thá” Sabemos que la celebración litúrgica de Adviento, como espera del Señor, es relativamente tardía en la tradición de la Iglesia. Su organización definitiva en la liturgia romana es del siglo VI. Y sin embargo lo que celebra tiene un inconfundible sabor primitivo que nos hace remontar a los primeros días de la Iglesia apostólica. La clave para entender este sentido primitivo del Adviento cristiano y vivirlo en sintonía con las esperanzas de la Iglesia primitiva nos la ofrece una palabra breve y densa en su significado; una palabra que resume la espiritualidad del Adviento y su misma oración litúrgica. Una palabra que hace de puente entre el ayer y el hoy, y nos proyecta hacia el futuro. Es la palabra “Maranatha”. Esta expresión, conservada casi como una reliquia en la misma lengua materna de Jesús, resonaba en las asambleas primitivas como resuena hoy en nuestro Adviento. Y puede y debe convertirse para nosotros es una fórmula para la “oración del corazón”, como una invocación que se hace con el latido del corazón y el ritmo respiratorio, como para entrar con todo nuestro ser en la espiritualidad del Adviento. Esta palabra tiene un doble significado, según sus dos posibles lecturas. Si separamos las dos primeras sílabas, la palabra Maran-athá se convierte en una afirmación gozosa, pletórica de fe. Significa: “El Señor viene” o “El Señor ha venido”. Es una fórmula, pues, que aclama la presencia del Resucitado en medio de la comunidad cultual. En cambio, si la pronunciamos separando las tres primeras sílabas de la cuarta diciendo Marana-thá, la invocación se convierte en un grito de esperanza: “Ven, Señor”, como en las últimas palabras del Apocalipsis: “Ven, Señor Jesús” (Ap 22,20; Cfr. 1 Cor 16,22). Las dos lecturas tienen su fundamento literario, su significado teológico y su carga de experiencia cristiana, tanto en la primitiva comunidad cristiana como en nuestra comunidad litúrgica. El Señor está presente en su comunidad, como él lo ha prometido (Cfr. Mt 18,20). Y sin embargo esta presencia no es evidente y no es definitiva. Por eso, cuanto más real es su ¡Comprométete inscribiéndote en tu parroquia! Tu aporte es importante ¡Contigo somos 100% Iglesia! presencia en la Iglesia, como en la celebración eucarística, más imperioso se hace el deseo de la presencia sin velos, de la manifestación definitiva. Y por eso aclamamos: “Ven, Señor, Jesús”. Es significativo que esta expresión se encuentre en la última página de la revelación del N.T. que es el Apocalipsis, como el último suspiro del Espíritu y de la Esposa, como la oración definitiva e incesante que rasga los cielos a través de los tiempos y resuena como un secreto de la historia que tiene que cumplirse, esperanza y deseo de los cristianos, pero con una proyección universal. Hasta el momento en que se escuche ya cercana la voz del que continuamente viene y diga: “Sí, vendré pronto” (Ap 22,20). Entonces comprenderemos que ya estaba con nosotros. Y ahora nos invita a que para siempre estemos con El. Curiosamente sabemos que esta expresión cristiana ha nacido en el ambiente de las celebraciones eucarísticas primitivas. Los discípulos que habían conocido al Maestro y hablaban de él suscitaban, podemos pensar, una gran nostalgia por su persona, un gran deseo de conocerlo. Esta nostalgia se convirtió en impaciencia escatológica por su venida, cuando las comunidades primitivas creyeron inminente su retorno. Por eso cada vez que en el memorial litúrgico del Señor, la Eucaristía, se celebraba en un intenso clima de esperanza, se evocaba la presencia del Resucitado y se profesaba la fe en su misteriosa autodonación en los signos del pan y del vino, “eucaristizados”. Y sin embargo la presencia sacramental no colmaba el deseo de verlo cara a cara y se hacía más ardiente la súplica: “Marana-thá: “Señor, ven”. 3. Adviento, proyección de la Pascua Esta experiencia primitiva de la espera impaciente del retorno del Señor que nace de la Pascua, es fundamento de nuestra celebración actual del Adviento, como lo es también aquella larga espera de nuestros Padres en la fe que volvían sus miradas hacia el futuro, casi vislumbrando, como hacen los profetas, los rasgos de aquel que tenía que venir para salvar a su pueblo. Por eso el tema del “Marana-thá”, repetido en las invocaciones y en los himnos de Adviento, es como una prolongación de la invocación del Padre nuestro: “Venga a nosotros tu Reino”. Ambas invocaciones nos permiten vivir una instancia fundamental de la experiencia cristiana que la Iglesia celebra de un modo coral en Adviento: la esperanza de la definitiva venida del Señor. Así Adviento es como una proyección de la Pascua, una ritualización prolongada de una de las dimensiones esenciales de la Vigilia pascual que es la raíz y síntesis de todo el Año litúrgico. En realidad, la primera ritualización de la esperanza escatológica, los cristianos la celebraban en la Vigilia pascual. Si antiguas tradiciones hebreas aseguraban que el Mesías tenía que venir en la celebración de la Cena pascual, los cristianos recogieron también esta tradición. Cuando se reunían para celebrar la Pascua tenían la certeza de que el Señor volvería una vez u otra. Un texto de San Jerónimo nos recuerda esta curiosa tradición: “Una tradición de los judíos dice que Cristo vendrá a medianoche, como en el tiempo de Egipto, cuando se celebró la Pascua… De aquí creo que viene la tradición apostólica que ha llegado hasta nosotros; según ésta no es lícito despedir la asamblea en la vigilia pascual antes de medianoche, mientras se espera todavía la venida de Cristo. Pero pasado este tiempo, todos hacen fiesta, al recobrar de nuevo la seguridad”. Textos litúrgicos antiguos, conservados todavía hoy en la celebración eucarística ambrosiana, ponen en labios del Señor estas palabras con las que aclamamos su presencia después de la consagración: “Cada vez que hagáis esto, lo haréis como memorial mío: anunciaréis mi muerte, proclamaréis mi resurrección, esperaréis con confianza mi retomo, hasta que venga de nuevo a vosotros desde el cielo”. Se puede, pues, afirmar que Adviento celebra un fragmento de la Pascua, su dimensión escatológica, y al colocarse como preparación del principio del misterio pascual que es Navidad, nos hace revivir la otra espera y la otra venida. La espera de los justos del Antiguo Testamento, y la venida que cumplió tantas promesas, el misterio de Navidad, misterio de la presencia del Dios con nosotros. 4. Adviento, espiritualidad de la esperanza Estas dos actitudes, la espera escatológica y la espera mesiánica, dan el tono a la espiritualidad del Adviento y marcan el pensamiento de la Iglesia en su plegaria litúrgica, haciendo de ella la comunidad de la esperanza. Una venida anuncia y confirma la otra. Navidad es garantía de la Parusía del Señor. Pero nosotros nos podemos vivir el Adviento como los justos del Antiguo Testamento, como si en realidad el Mesías no hubiera venido. Adviento no es ficción. Es realidad, a partir del misterio de la Pascua. La Iglesia nos dice a propósito de este tiempo de gracia: “El tiempo de Adviento tiene una doble índole: es el tiempo de preparación para las solemnidades de Navidad, en las que se conmemora la primera venida del Hijo de Dios a los hombres, y es a la vez el tiempo en el que por este recuerdo se dirigen las mentes hacia la expectación de la segunda venida de Cristo al fin de los tiempos. Por estas dos razones el Adviento se nos manifiesta como tiempo de una expectación piadosa y alegre”. Da el tono a esta orientación litúrgica el primer prefacio de Adviento, cuando bendecimos al Padre por este misterio de la espera de Cristo: “Quien al venir por vez primera en la humildad de nuestra carne, realizó el plan de redención trazado desde antiguo y nos abrió el camino de la salvación; para que cuando venga de nuevo en la majestad de su gloria, revelando así la plenitud de su obra, podamos recibir los bienes prometidos que ahora, en vigilante espera, confiamos alcanzar”. Entre el pasado y el futuro ¿cuál puede ser el significado del Adviento litúrgico para la vida de la Iglesia? ¿Cómo enriquecer el Adviento con nuestra propia experiencia espiritual y social de personas y comunidades que viven con realismo este tiempo de gracia? Ante todo, la Iglesia tiene la clara conciencia de ser en este mundo la presencia inicial del Reino de Dios, pero ora y trabaja para que el Reino se manifieste en toda su plenitud. Por eso cuanto más precaria se hace la seguridad de los hombres tanto más fuerte y responsable se hace la esperanza de la Iglesia y su misión. Con los textos del tiempo de Adviento -textos bíblicos arcaicos, textos eclesiales de rancio abolengo como las antífonas mayores o los himnos clásicos, textos de nueva composición como las intercesiones de Laudes y Vísperas- la Iglesia ora con realismo por toda la humana sociedad, necesitada de una salvación integral con la presencia del Señor. Hacemos nuestros los gemidos del Espíritu que brotan de la humana sociedad y de la creación, y los convertimos en oraciones de deseo y de esperanza, en fuertes imploraciones de salvación y de presencia. La Iglesia, intérprete de la humanidad, sabe que el vacío del deseo crea espacios a la esperanza, y la conciencia de la necesidad de la redención abre las puertas al Mesías redentor. Por eso en este tiempo de Adviento, la Iglesia vive de forma intensa y concentrada las esperanzas del Antiguo Testamento, el deseo de las primeras comunidades cristianas; la oración es ya confesión de la necesidad de una venida y profesión esperanzadora de la certeza de que el Señor viene y que anticipa misteriosamente esta venida definitiva al mundo en los corazones de los fieles y en los espacios que la comunidad ofrece. No es intimismo, sino realismo personalista, el poner el acento en la vivencia del Adviento como experiencia personal, interior, de espera y de vigilancia, en el momento presente de nuestra historia y de nuestro camino hacia la plenitud de la vida en Cristo. El Cardenal H. J. Newman ha expresado muy bien el sentido personal del Adviento en una homilía de la que destacamos estas expresiones: “¿Sabéis lo que significa esperar a un amigo, esperar que llegue y ver que tarda? ¿Sabéis lo que significa estar en ansia cuando una cosa podría ocurrir y no acaece, o estar a la espera de algún acontecimiento importante que os hace latir el corazón cuando os lo recuerdan y al que pensáis cada mañana desde que abrís los ojos? ¿Sabéis lo que es tener un amigo lejos, esperar sus noticias y preguntaros cada día qué estará haciendo en ese momento o si se encontrará bien?… Velar en espera de Cristo es un sentimiento que se parece a todos estos, en la medida en que los sentimientos de este mundo pueden ser semejantes a los del otro mundo”. Salvación de Adviento. No es una palabra huera, cuando hay una experiencia viva. Se espera lo que se desea. Se desea aquello que se necesita. ¿Cómo podemos decir que esperamos al Señor si no lo deseamos, o que lo deseamos si no sentimos necesidad de su presencia? Sin deseo, no hay esperanza, sin necesidad no hay deseo. Y sin estas componentes de la espiritualidad del Adviento, la oración del deseo y de la esperanza pierde su verdad y su fuerza expresiva. No hay Adviento donde no hay deseo y necesidad de presencia y de salvación. Por eso la materia prima del tiempo litúrgico de la espera y la esperanza, a nivel personal, es la invocación sentida y sincera de una nueva venida del Señor en nuestra vida personal, en ese momento del camino de nuestra experiencia eclesial. Lo ha expresado muy bien el anónimo autor de meditaciones evangélico-litúrgicas que firma “un monje de la Iglesia de Oriente” y que en realidad es el monje L. Guillet: “Quien espera a Cristo se ilumina y se dilata en cada instante. Se dilata porque lo vemos que tiende  hacia su plenitud. Se ilumina porque la presencia de Cristo proyecta ya sobre él la luz de una venida todavía más perfecta. El vendrá, vendrá de nuevo. Vendrá siempre hasta el momento de su venida en la gloria. El ya ha venido. Viene a nosotros en cada instante. Cada instante no tiene otro valor que el de esta venida y esta presencia de Cristo que el momento presente nos trae”. Desde la experiencia personal, la oración universal de la Iglesia en Adviento referida a toda la humanidad, la evocación de las visiones lisonjeras de los profetas, pacifistas y pacificadores, el ansia de la venida del Mesías, dan a la espiritualidad del Adviento una dimensión también real y universalista. Este tiempo de la Iglesia celebra, afirma e implora con su oración la salvación de nuestro mundo y de nuestra historia. La Iglesia afirma en este tiempo, como le gustaba recordar a Teilhard de Chardin, que nuestro mundo y nuestra historia necesitan una salida, una salvación que no puede ser inmanente a la sociedad en que vivimos; tiene que venir de fuera, de Dios. Por eso el sabio jesuita con ardor poético y con una cierta inspiración mística y litúrgica apostrofaba a los cristianos con palabras que pueden ser también motivo de meditación litúrgica para este tiempo de Adviento: “Cristianos, encargados, después de Israel, de mantener viva en la tierra la llama del deseo. Apenas veinte siglos después de la Ascensión ¿qué hemos hecho de nuestra espera? Seguimos diciendo que estamos en vela en espera del Señor. Pero en realidad, si queremos ser sinceros, hemos de confesar que no esperamos nada. Hay que avivar la llama a cualquier precio. Hay que renovar a toda costa en nosotros la esperanza y el deseo de la venida del Señor”. Desde la perspectiva de un mundo que todavía espera al Mesías como Salvador de su propia historia, desde la experiencia comunitaria de una Iglesia que tiene que avivar el sentido de la espera y la llama de la esperanza, desde la propia experiencia de pobreza y de indigencia que hacen no superflua sino necesaria la presencia del Señor, podemos vivir el misterio del Adviento. Una acumulación de deseos, decía Teilhard de Chardin, hará explotar la Parusía del Señor. Por eso la oración que resume la espiritualidad del Adviento, el Marana-thá puede ser el grito de la Iglesia que ansía, espera e invoca una nueva venida del Señor. Una oración que desde el corazón puede ir impregnando de liturgia cotidiana el trabajo de cada día. Y una oración coralmente celebrada en la Liturgia de las Horas y en la Eucaristía como expresión cabal de una Iglesia, Esposa en vela que anhela y espera al Esposo, mientras no deja de anunciar su venida a toda la humanidad. JESÚS CASTELLANO, ORACIÓN DE LA HORA Noviembre 1990, 11, págs. 357s Propuestas para vivir un Adviento consciente y responsable No es fácil encontrar en el “espacio cibernético” lo que buscas porque hay más información de la que somos capaces de visualizar siquiera, cuánto menos llegar a ver y meditar. Hoy os ofrezco uno de esos raros documentos que por su sencillez y claridad, puede ayudarnos a vivir este tiempo de Esperanza con un poco más de sentido. Está sacado de ciudadredonda y es éste: Consumo medido: No se trata de ser rácanos ni de dejar de celebrar la Navidad como se merece sino de preguntarnos con sinceridad: ¿cuánto necesitamos para celebrar la Navidad? ¿Hasta dónde queremos gastar?… Solidaridad: …¿y hasta dónde queremos compartir con los que no tienen? ¿Qué proporción queremos que haya entre lo que nos vamos a gastar en nosotros (y en regalos a nuestros familiares y amigos) y lo que vamos a dar a los pobres? Comercio Justo: No sólo en la cena de Nochebuena, que este tiempo sea ocasión para descubrir los productos de Comercio Justo… y de rebote para reflexionar sobre los que no son de comercio justo. Regalos: que lleven algo de nosotros, que pongamos “valor añadido” de tiempo, cariño, artesanía casera; que expresen algo de nosotros mismos o de lo que realmente deseamos a quien lo recibe. Y en cuanto a los niños, ¡no les sepultemos en regalos! Decoración de la casa: realizada exclusivamente con motivos religiosos: el misterio del portal, el Belén, la estrella, los magos de Oriente… ¡ésas son las señas de identidad de nuestra Navidad! Televisión: En lugar de incrementar esta Navidad el tiempo que le dedicamos a la televisión, ¿no se nos ocurren otras maneras alternativas de pasar el tiempo en familia? ¿Y si decidiéramos un “apagón de tele” hasta el 7 de enero? Felicitaciones: ¿Qué estamos comunicando con nuestras tarjetas de felicitación y nuestras llamadas telefónicas? ¿Y si además de desearnos “feliz Navidad” nos atreviéramos a decirnos esa palabra sincera que lleva tanto tiempo esperando? ¡Es Navidad, regale sinceridad! Yo para eso he nacido y para eso he venido al mundo: para ser testimonio de la Verdad (Jn 18, 37). Acercar a los alejados: Ante el “¡Vuelve a casa por Navidad!”, ¿podemos hacer algo para que los que van a pasar la Navidad solos tengan compañía? Tal vez un nuevo sitio disponed para un amigo más en nuestra mesa, tal vez ayudarles a volver esos días con los suyos… Gestos proféticos: Si nos desagrada la manera como “el mundo” celebra la Navidad, ¡hagámoslo saber! ¡Que se oiga nuestra voz de creyentes católicos en medio de una sociedad ciega y sorda! Aunque no publiquen nuestras cartas, no dejemos de escribir a los medios de comunicación. Conciencia de Dios: ¡Qué no se nos olvide lo que estamos celebrando! ¡Que no se nos olvide dedicarle a Dios esta Navidad tiempos extra de oración personal o en familia! ¡Que, como María, guardemos en silencio todas estas cosas en el corazón, a la vez que proclamamos en voz alta las maravillas que Él ha hecho por nosotros